Hoy me di cuenta de que el amor propio no es solo un concepto, sino una forma de vida. Aprendí a abrazar mis imperfecciones y a valorar cada pedacito de mi ser. Ser mi propio confidente y mi mayor admirador me ha dado la fuerza para enfrentar cualquier obstáculo con una sonrisa en el rostro. Porque si yo no me amo a mí mismo, ¿quién lo hará?
Hoy me prometo a mí mismo amarme con locura, abrazar mis imperfecciones y recordar siempre mi valor, porque nadie puede amarme como yo.
No necesito un príncipe azul, porque yo misma soy la dueña de mi propio castillo.
Aprendí a amarme a mí mismo(a) cuando dejé de buscar en otros el amor que siempre estuvo dentro de mí. Ahora, me abrazo en mis momentos de debilidad y celebro mis logros con una sonrisa cómplice, porque merezco todo el amor del mundo, incluido el mío propio.
Hoy me di cuenta de que el amor propio es como una canción pegajosa: cuanto más la escucho, más ganas tengo de bailar al ritmo de mi propia felicidad.
No necesito a nadie que me complete, me basto y me sobro para amarme en cada pedacito de mi ser.
Sé que a veces me cuesta entenderlo, pero el amor propio es como un abrazo apretado que me doy a mí mismo, una sonrisa sincera cuando me miro al espejo y me digo: «Eres suficiente, mereces todo el amor del mundo». Y en ese momento, toda inseguridad se desvanece, porque soy mi propia fuente de amor y valía.
Hoy aprendí que el amor propio se convierte en mi mejor compañero de vida, ese que me abraza cuando nadie más lo hace y me recuerda que soy suficiente tal como soy.
Hoy me di cuenta de que el amor propio no es solo un lema cursi, sino un abrazo apretado que me doy a mí mismo todos los días, recordándome que merezco ser amado, valorado y respetado, incluso por mí mismo. ¡Y vaya que me estoy enamorando de la persona que veo en el espejo todas las mañanas!
No necesito a nadie que me complete, porque ya soy un amor propio completo.