Me enamoré de la medicina como quien se enamora de esos ojos que lo ven todo, de esas manos que sanan heridas y de ese corazón que late por curar. La medicina me atrapó con su pasión desbordante y su capacidad infinita para transformar vidas. No puedo evitar sonreír cuando pienso en ella, mi gran amor científico, porque en cada diagnóstico acertado y en cada paciente que recupera la esperanza, encuentro un pedacito de mi propia felicidad.
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