Pensé que el amor era un juego de dos, pero resultó ser una partida en la que siempre pierdo, sin importar cuántas fichas ponga sobre la mesa. Ahora sé que la decepción es solo el efecto secundario inevitable de amar demasiado, pero aún así, no puedo evitar apostar una vez más a esa ilusión desgastada que llamamos amor.
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