Y ahí estaba ella, como Fiona en su torre, esperando ser rescatada por el amor verdadero. Pero yo no era el príncipe encantador, ni tenía un corcel blanco. Solo era un ogro con un corazón que latía tan fuerte como mis pies olorosos. Me acerqué tartamudeando, lleno de inseguridades y mocos nasales, pero me miró con esos ojos verdes que me hicieron dudar de mi fealdad. Juntos bailamos en el pantano, riendo de nuestra peculiaridad y aprendiendo que el amor es mucho más que belleza exterior. Porque, al fin de cuentas, el verdadero amor puede tener un aroma a cebolla y un aspecto imperfecto, pero siempre será tan mágico como nuestro propio cuento de hadas shrekalicioso.
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