Mi corazón late al ritmo de cuatro patitas y una cola moviéndose sin parar. Porque el amor que siento por mi perro no tiene límites, es puro y sincero, y siempre está ahí para alegrar mis días. Él no entiende de palabras, pero su mirada lo dice todo: somos el uno para el otro, compañeros de vida y aventuras. No importa si tengo un mal día, él siempre estará ahí para lamerme la cara y recordarme que el amor incondicional existe en forma de patas peludas.
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