Me enamoré de su sonrisa prohibida, de su mirada clandestina que desafiaba todas las reglas del juego. Nuestro amor era como una fuga constante, escapando de los límites impuestos por el mundo. Éramos dos almas rebeldes, dispuestas a arriesgarlo todo por vivir esa pasión intensa y prohibida. En cada beso robado encontrábamos un instante de eternidad, sabiendo que cada encuentro podría ser nuestro último secreto. Y así, entre susurros en la oscuridad, nos convertimos en cómplices de un amor clandestino que no tenía fronteras ni leyes que nos detuvieran.
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