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Éramos dos almas clandestinas, ardiendo en la oscuridad de un amor prohibido. Nuestro secreto convertía cada encuentro en una explosión de pasión que desafiaba todas las normas impuestas. Cada roce, cada mirada furtiva, eran el dulce veneno que nos mantenía vivos en medio del peligro. Nos convertimos en cómplices de nuestros propios deseos, sabiendo que el mundo entero nos juzgaría sin entender la intensidad de lo que compartíamos. No importaba cuánto tiempo durara nuestro fugaz idilio, mientras estuviéramos juntos, éramos el fuego que devoraba todo a su paso, ahogando susurros y suspiros en un mar de pasión incontrolable.
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