Caminar descalzo por la orilla del mar, mientras las olas juegan con mis pies, me hace sentir que el amor también puede ser tan libre y salvaje como la inmensidad del océano. Cada vez que veo el sol esconderse entre las montañas, siento cómo mi corazón se llena de paz y gratitud por la belleza infinita que la naturaleza nos regala. En cada flor que florece, en cada susurro del viento entre los árboles, encuentro el refugio perfecto para amar y ser amado, recordándome que el amor verdadero siempre encuentra su hogar en la vastedad de la madre tierra.
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