Me enamoré perdidamente de su espíritu eterno, como si nuestro amor fuera una eterna partida de ajedrez en la que cada movimiento nos acerca más a la trascendencia del amor platónico. Su sonrisa se convirtió en mi jugada favorita, y en cada mirada encontraba una estrategia para conquistar su alma indeleble. Nos perdíamos en el laberinto de nuestras almas, dejando que nuestros pensamientos se entrelazaran en un baile interminable, donde el amor verdadero era la única regla a seguir.
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