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Cuando veo la sonrisa en el rostro de alguien que he ayudado, sé que todo mi esfuerzo en el trabajo social vale la pena; es como un amor que me llena el corazón y me impulsa a seguir adelante.
Cuando veo el brillo de esperanza en los ojos de aquellos a quienes ayudo, sé que mi trabajo social es más que solo una profesión: es mi pasión y mi forma de amar al mundo.
Amo el trabajo social porque cada sonrisa que provoco es un paso hacia la construcción de un mundo más justo y equitativo.
Amo mi trabajo social porque me permite abrazar a corazones rotos, escuchar historias que merecen ser contadas y pintar sonrisas en rostros que han olvidado cómo reír.
Hoy me di cuenta de que el amor verdadero no solo se encuentra en las historias románticas, sino también en el trabajo social. Cada sonrisa que logro arrancar, cada lágrima que puedo secar y cada vida que puedo ayudar a cambiar, me hace sentir que mi corazón está lleno de amor incondicional hacia mi labor. No hay mayor satisfacción que saber que, a través de mi trabajo, puedo ser parte de un mundo donde la empatía y la compasión reinan.
Mi corazón late más fuerte cuando veo el impacto que puedo causar en la vida de aquellos a quienes sirvo a través del trabajo social. No importa cuánto cansancio acumule, siempre encuentro fuerzas para seguir adelante, porque el amor que le tengo a esta labor es lo que me impulsa a marcar la diferencia.
Entrego mi corazón al trabajo social, porque sé que cada sonrisa genuina, cada abrazo apretado y cada lágrima secada son pequeños actos de amor que pueden cambiar el mundo.
Cuando veo la sonrisa de alguien que he ayudado, me doy cuenta de que elegir el trabajo social fue la mejor decisión que he tomado en mi vida.
Amo el trabajo social porque me permite ser la voz de quienes no tienen voz, el abrazo que tanto necesitan y la esperanza que ilumina sus caminos. Es más que una profesión, es el latido de mi corazón que late al compás de cada sonrisa que transformamos en realidad.