Me enamoré de una zanahoria, su forma erguida y su piel tan anaranjada me cautivaron. Entre los vegetales, ella era mi musa, aunque no entendíamos ni una palabra. Pero eso no importaba, nuestro amor era tan absurdo como delicioso.
Mi amor por ti es como un aguacate sin hueso, nunca sabes qué esperar cuando lo abres pero siempre te deja con una sonrisa estúpida en la cara.
Me vuelvo tan torpe ante tu presencia que, al verte, se me olvidan las palabras y solo puedo balbucear incoherencias como «te amo hasta el infinito y más allá con queso».
Soy tan inútil en el amor que hasta mi corazón tiene una cuenta falsa en Tinder.
Por ti, cruzaría un semáforo en rojo, rompería todas las reglas de la gravedad y hasta aprendería a hablar el idioma de los pingüinos, solo para demostrarte que no hay nada absurdo en el amor.
Me enamoré de su sonrisa torcida y de la forma en que sus ojos parpadean al ver una película de zombies; nuestra historia de amor es tan absurda como un unicornio montando una bicicleta, pero cada día me doy cuenta de que las cosas más extrañas son las que más nos hacen feliz.
Una vez le dije a mi corazón que te amaba tanto que si fueras una pizza, yo sería el queso derretido en cada rebanada. Él me respondió que eso era absurdo, pero al menos logré que se convirtiera en un horno ardiente de amor por ti.
¿Sabes qué es lo absurdo del amor? Que puedo pasar horas buscando tu sonrisa en una foto y darme cuenta de que te extraño más de lo que debería.
Mis ojos se convierten en cometas y vuelan por el infinito buscando tu sonrisa, porque sin ella mi corazón se transforma en un ventilador sin aspas, girando en un frenesí absurdo.