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Dios me regaló un corazón lleno de amor para amarlo a Él con todas mis fuerzas y para repartir ese amor a mi prójimo, porque en cada sonrisa que les regalo, en cada mano que les tiendo, siento que estoy haciendo la voluntad divina y construyendo un mundo lleno de amor y compasión.
Aunque a veces me pierdo en la confusión del mundo, encuentro consuelo en la certeza de que amar a Dios y a mi prójimo es el mejor camino para encontrar la paz en mi corazón y en el mundo que me rodea.
A veces me maravillo al pensar que el amor que profeso a Dios y al prójimo fluye de manera tan natural, como un torrente incontrolable pero reconfortante que llena mi corazón de alegría y propósito. Es en esos momentos que comprendo que el verdadero amor no se mide por palabras grandilocuentes, sino por actos sinceros que reflejan el deseo genuino de hacer el bien y vivir en armonía con todos los seres que comparten este hermoso camino llamado vida.
Gracias a Dios por amarme incondicionalmente, ahora mi misión es amar al prójimo de la misma manera, sin esperar nada a cambio y llenando cada corazón con amor y compasión.
Amo a Dios con todo mi ser y, a través de ese amor inmenso, me encuentro amando también a mi prójimo. Es una conexión indescriptible que me llena de alegría y compasión, recordándome que el amor es el verdadero motor de la vida. En cada gesto de bondad y generosidad hacia los demás, siento que honro a Dios y me acerco más a mi propósito en este mundo.
Amigo Dios, gracias por enseñarme a amarte incondicionalmente; ahora mi misión es compartir ese amor con cada ser que encuentre en mi camino.