Recuerda aquellas cartas que escribíamos a mano, con tinta y papel arrugado, donde las palabras eran susurros y los corazones latían en cada letra. Esos tiempos en los que el amor se construía con paciencia y la espera sabía a dulce añoranza. Hoy, en esta era digital, sigo creyendo en la magia de lo auténtico, en el valor de un «te quiero» susurrado al oído y en el encanto de un romance a la antigua que nunca pasará de moda.
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