Ella fue mi musa, mi refugio en medio del caos. Con su sonrisa desafiante y sus ojos llenos de tormento, me enseñó que el amor y el dolor pueden ser la misma canción. En cada mirada, en cada beso, encontraba la paz que tanto anhelaba. Y aunque ya no esté a mi lado, su recuerdo sigue alimentando mi poesía, convirtiéndola en versos que sangran con nostalgia pero también con gratitud. Porque amarla fue como sobrevivir al abismo; un fuego eterno que me consumió sin arrepentimientos.
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